El surgimiento del movimiento juvenil en la política chilena en las banderas de Boric-Jackson y compañía generaron altas expectativas junto al fin del “no estoy ni ahí” de la juventud de la época. Todo indicaba aires de cambio, nuevas visiones y conductas que terminarían con las prácticas éticamente insolventes de la gestión política en nuestro país. Sin embargo, a dos años de ejercer el poder cayeron estrepitosamente en los vicios de sus antecesores y, sin temor a exagerar, con mayor fuerza, imprudencia y cinismo. Lo que llama la atención es lo rápido en que este recambio generacional transgredió sus convicciones al punto de recurrir a sus antecesores para otorgar cierta gobernabilidad, superar sus incapacidades e inexperiencias para alcanzar algo de coherencia en sus discursos. A pesar de aquello, no lo han logrado. Peor aún; han llevado a los clásicos representantes de la vieja guardia a un desgaste brutal; como es el caso de Carlos Montes, quien fuera uno de los políticos de mayor prestigio en el Congreso, entre otros. Este periodo pasará a ser una de las etapas interesantes de los estudiosos y cientistas políticos en el futuro; quienes deberán sumergirse en los factores más complejos y simples que permitieron el surgimiento de una generación abarrotada de información, con acceso infinito a la cultura y a la historia pero de resultados objetivos incongruentes, equívocos y porque no decirlo, de una ignorancia suprema, a pesar de haber tenido el mundo a un click de distancia. Quizás los tiempos de abundancia no sean lo mejor para forjar lideres que estén al nivel de las exigencias del futuro cercano, o no fuimos lo suficientemente rigurosos para lograrlo. Paradójico. ¿Nos estamos preparando hoy para cubrir los baches profundos que están quedando en lo ético, lo político, lo cultural y lo social en nuestro país?.
Por Orlando Alfonso Olave
