Actualidad Columna de Opinión Social

ESTUDIAR UN POSTGRADO A LOS 40: CRÓNICA DE UN BECARIO ANID

Es martes, hace frío y el invierno se hace sentir. Terminando el último bloque, las salas del edificio sur de Domeyko comienzan a vaciarse. Hay vasos de café desparramados, notebooks con batería al 12% y apuntes escritos con esa letra apurada que emerge cuando el tiempo no alcanza. Son cerca de las nueve de la noche y aún quedan ejercicios por resolver.

Afuera, Santiago centro ya cambió de tono y estilo, con una fisonomía más cercana al lejano oeste que a la capital de un país que busca desesperadamente el desarrollo. Adentro, por cierto, seguimos intentando comprender los modelos de gestión, las estructuras presupuestarias y las lógicas de un nuevo policy brief[1].

Desde el segundo semestre de 2023, tengo el privilegio de ser becario de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID). Estudio el Magíster en Gestión y Políticas Públicas en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. Un programa intenso, desafiante, que obliga a leer, pensar y escribir con una precisión inequívoca.

Este desafío lo hago de forma simultánea mientras trabajo a tiempo completo en una institución de prestigio como es la Tesorería General de la República. Adicionalmente, mi principal rol en la vida es ser padre, también hijo, amigo, deportista amateur y escritor aficionado. En general, lo hago todo al mismo tiempo, en otras, como se puede o como lo logro resolver.

Los días comienzan temprano y terminan cerca de las once de la noche, cuando llego agotado a casa. Muchas, o gran parte de las veces, después de atravesar dos regiones en metro, transbordos, buses y conversaciones mentales que no se pueden o que no logro postergar.

Las tareas pendientes se mezclan con los quehaceres del hogar, con las responsabilidades familiares y parentales, con la intuición de que uno está construyendo algo relevante. No inmediato, no tangible, pero sí con propósito.

No romantizo el esfuerzo ni tampoco lo relativizo. Lo describo tal como es: exigente, sostenido, a ratos solitario. Cuesta explicar para qué estudiar más. Qué sentido tiene este periplo después de dos títulos profesionales y un magíster previo. En el fondo para qué volver a una sala de clases, tomar apuntes y discutir sobre los desafíos de los policy brief[1].

Pero hay algo en esta decisión que también tiene que ver con el futuro. Con el deseo —impostergable— de comprender mejor el sistema público en el que vivimos y trabajamos. Y desde ahí, por supuesto, aportar. Con teoría, con práctica, con nuevos softwares pero principalmente con mayor compromiso y fidelización de la labor pública.

En este contexto, el MGPP ha sido un proceso de gran intensidad. Estoy rodeado de profesionales con trayectorias académicas admirables. En mi caso, como periodista y administrador público, he debido aprender lenguajes, codificar y encontrar nuevas claves para resignificar la performance del Estado ante la ciudadanía.

Pero hay algo que no cambia: la necesidad de la mejora continua. Y quizás ahí está el fondo de esta historia. No en los títulos, no en las credenciales, sino en la decisión de seguir adelante con las convicciones intactas. Lo hago con cariño pero también con temores, con interrogantes y con el anhelo de fortalecer el que un gestor público requiere para enfrentar los crecientes de nuestra sociedad.

Por Gabriel Bajo Valdivia

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