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JAIME HERRERA ROMÁN ENTREVISTA PÓSTUMA AL POETA LABRIEGO

Jaime Herrera Román (1938-2025) fue un escritor nacido en la Región Metropolitana, comuna de Paine, en un sector cercano a la Laguna de Aculeo. Iniciado tempranamente en el conocimiento de los clásicos, se tituló como profesor de castellano en la hoy Universidad de Santiago, donde ejerció como profesor de latín.

Por razones no académicas, devino a la Región de O’Higgins, territorio que convirtió en su patria chica, en donde continuó su desempeño docente en establecimientos de San Fernando y Santa Cruz. Con el retorno a la democracia, pasó a cumplir tareas directivas en la Secretaría Regional Ministerial de Educación, y luego tuvo el privilegio de integrar el grupo de profesionales del recién constituido Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, hoy Ministerio.

Su adhesión a las letras comenzó en la infancia, cuando escuchaba historias de brujos y aparecidos y leía relatos fabulosos. Muchas de estas experiencias fueron transformadas en relatos, que fueron premiados en diferentes concursos nacionales y regionales. Su amor por la naturaleza y los animales, a su vez, quedó plasmado en su novela “La guerra de los Gallos” (2008). En poesía, sus seudónimos predilectos eran “Conde de Cantaclaro” y “El Poeta Labriego”.

“Mi padre, aparte de maestro herrero y carrocero, agricultor y alguna vez corredor en rodeos, fue poeta y narrador. Entretuvo nuestra infancia con el relato fiel y ameno de novelas y cuentos de fama universal, por ejemplo, la historia de Carlomagno y los 12 pares de Francia, un reflujo de los antiguos libros de caballería”, recuerda.

Su infancia campesina acabó cuando lo inscribieron en el desaparecido Seminario de Paine. Su paso por dicho establecimiento le permitió aprender, entre tantas cosas, latín y griego, aparte de  recibir una profunda educación humanista junto con valores cristianos. Sin embargo, la carencia de vocación religiosa lo hizo finalmente entrar a estudiar pedagogía en castellano en la ex UTE, hoy Universidad de Santiago. Luego de titularse como profesor de castellano ejerció la docencia en diferentes establecimientos de educación media de Santiago y también como profesor de latín en calidad de ayudante, profesor auxiliar y luego de cátedra.

Fueron años de grandes sueños. No obstante, en 1973 –cuando la historia de Chile cambió su destino- la dictadura militar decidió exonerarlo de su cargo.

“Sería vergonzoso declararme marxista, pues carecía de la formación política de quienes abrazaban esta doctrina. Ser campesino, haber sobrevivido a las necesidades que imperaban en mi casa, haber verificado el trato o maltrato que se entregaba a los inquilinos, haber sido parte de lo que alguien llamó la “desesperanza aprendida”, no me convirtieron en revolucionario. Además, fue el periodo en que existía libertad para trabajar, para profesar una religión –cualquiera que fuese-, libertad para asumir un ideario político”, reflexiona.

Durante un año fue cesante ilustrado, tiempo en que consumió ahorros y encaró la desesperanza junto a Rayén, su primera esposa y dos hijos pequeños. “Un amigo del Ministerio de Educación me ofreció dos horarios de clase completos en el Liceo Comercial de San Fernando y allí llegamos a rehacer nuestras vidas. Pudo haber sido el comienzo de una nueva existencia, pero el destino dijo otra cosa. Habíamos hecho nuevas amistades y nuestra carrera docente marchaba sin problemas; mis hijos habían encontrado un nuevo mundo donde crecer y desarrollarse”.

La mala fortuna  tronchó de un guadañazo la felicidad del hogar. En 1978 enviudó y sus hijos, Mariángela y Jaime, se convirtieron en fieles compañeros. En 1988  se agregó Pablo, fruto de un segundo matrimonio.

“Nuestra vida común en San Fernando y luego en Rancagua constituye un voluminoso anecdotario de toda laya, tal como son todas las vidas –de dulce y agraz-, pero siempre ha imperado el cariño, que es el valor supremo de la familia. La llegada de los nietos –que no conocieron a sus abuelas- me ha permitido sentir el calorcito amoroso de sobrevivir en el tiempo. Las fotografías les confiarán el retrato de unas abuelas jóvenes y buenas mozas y el retrato de un abuelo que fue lo que fue y nada más. 45 años de trabajo pedagógico y cultural -¡una vida!- dedicado a la profesión de profesiones, como la definió un gran académico que tuve en la universidad, y con qué menoscabo social se la mira a veces , incluso entre quienes ejercen la docencia. “Soy profesor no más”. Esta misión de ser maestro debe reverenciarse con la misma devoción con que nos postramos ante Dios. ¿Acaso no fue maestro el Divino Maestro?”

Rancagua y Machalí fueron sus últimos destinos. Su desempeño en la Secretaría Ministerial de Educación lo tuvo inmerso en la vida educacional desde otra perspectiva y luego completó su ejercicio activo en el Consejo de la Cultura y las Artes, donde jubiló.

“Sé que esta es una despedida. Tal vez ya atravesé el túnel de luz y el pasado es pasado y estoy contemplando las nuevas praderas. Ahí quedaron mis libros y junto a ellos, mis escritos, discursos, novelas, cuentos y poesías. Ahí quedaron mis amados hijos y nietos, ahí quedaron mi querida hermana Luz y sus hijos y nietos y también biznietos, ahí quedaron tantos familiares que forman una constelación de larga existencia. Una clínica me arrebató el único patrimonio material que tuve. Espero que mis hijos y nietos recuperen para sí los bienes materiales, aunque mi vida se gestó y vivió más cerca de los bienes del espíritu”.

-Una de las más valiosas enseñanzas del evangelio se funda en el amor: ámense como yo los he amado, dijo Jesús a sus discípulos. Este es el último mensaje que puedo entregarles. Sé que no fui perfecto. Es que fui tan humano y nada de lo humano me fue ajeno. Hice lo que pude y espero que ustedes completen esa obra inconclusa, y cada uno logre alcanzar las metas con las que ha soñado-se despide finalmente este hombre de letras que la Región de O’Higgins adoptó como suyo.

Mi última décima de poeta

Aquí yace un tal Jaime Rubén

Herrera Román, mis apellidos

Con los ochenta ya cumplidos

Abordo la balsa hacia el Edén

Bebí sabores y penas también

No tuve fuerzas para ser asceta

Es que el convento no era mi meta

Ni el hábito del fraile capuchino

La vida me mostró otro destino

Y llegué a ser profesor y poeta.

 

BIBLIOGRAFÍA ESCOGIDA

La Guerra de los Gallos (2008)

La señorita Leo y otros cuentos (2016)

Antología 2013 Historias de Nuestra Tierra, Ministerio de Agricultura.

Antología 2014  Historias de Nuestra Tierra,  Ministerio de Agricultura.

Antología 2017 Historias de Nuestra Tierra, Ministerio de Agricultura.

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